jueves, 21 de enero de 2016

Nuestras consignas-Leyendas





Después de leer y escuchar leyendas, trabajamos su invención a partir de una consigna: 

·         AGUA – FUEGO – AIRE – TIERRA
·         Elegir uno de estos elementos, poner la palabra en el centro  y, alrededor, escribir, a modo de constelación, palabras que surjan en relación.
·         Inventar una leyenda. Incluir imágenes.


La Creación Del Agua

            Se dice que tiempo atrás, cuando se comenzó a crear el mundo, solo había trozos de tierra concentrados en todos los sectores, un largo camino de tierra color marrón y muy seca. El sol se escondía y aparecía la luna, muchas veces sucedió este acto pero nada cambiaba, solo se seguía viendo la tierra sola.
            Un día cuando comenzó a suceder el atardecer, el sol y la luna se encontraron, y el sol dijo: 
- ¿Que podemos hacer para cambiar este aspecto tan triste que tiene la tierra?

A lo que la luna contestó:

- Ya no hay más remedio, me temo que la tierra va a destruirse.
            
Pasó otro día, pero al llegar el amanecer, volvieron a juntarse, y la luna muy feliz, tenía una idea. Le contó al sol que tenia la solución para que la tierra siguiera viva, le propuso que durante el día ella tirara por todos lados semillas para que se escondan en la tierra. Pero nada sucedía.
            La luna  muy triste, le dijo a sus amigas las nubes que venían siempre muy felices:

 - La tierra está muy sola y no podemos hacer nada para recuperarla, así que ella va a desaparecer  poco a poco.  
      Las nubes muy tristes comenzaron a llorar desconsoladamente durante muchos días y noches.
      Un día el sol decidió mirar después de mucho tiempo a la tierra, y se vio sorprendido ya que habían crecido por todas partes árboles y flores, y comenzaron a aparecer muchos animales habitando el lugar. Todo esto sucedió a causa de la tristeza de las nubes que pudieron dar vida a  las semillas que había  tirado el sol y así se comenzó a crear el mundo.
    En donde la tierra se había hundido hacia abajo dejando un gran hueco comenzaron a aparecer largos caminos de agua que iban creando un largo y extenso río, su color tan particular y transparente dejaba apreciar los restos de tierra y algunas plantas que quedaban debajo de ella.
    Al llegar los primeros hombres a la tierra lo descubrieron, llegaron a ella, cansados de caminar y muy agotados, al principio el miedo avanzaba contra ellos, ya que no conocían su existencia, al observarla y poco a poco empezar a oírla, les comenzó a transmitir paz y alivio.
      Al cerrar los ojos y solo en funcionamiento el sentido del oído, empezaron a disfrutar el sonido del agua tranquila que suavemente golpeaba contra las rocas y volvía a tomar su trayecto.
     Sin  dudarlo y con ganas de seguir experimentando, los hombres decidieron tocar el agua solo con sus pies. Su primera sensación fue tan inesperada, a causa de que todo su cuerpo se sintió frio y a la vez aliviado, como si cada gota de aquel río alimentara sus cuerpos, así de la misma manera sus manos se fundieron en el agua.

      Sin más que pensar y con sus miradas en alto, ambos hombres decidieron sumergir todo su cuerpo debajo del agua.
      Aunque no era tan profunda se asustaron porque sentían que se ahogaban, ya que todavía no entendían cÓmo dominarla, pero poco a poco entendieron que esta agua al beberla les aliviaba la sed y el cansancio, también comenzaron a llevarse agua y plantaron semillas y pudieron conseguir alimentos.  Y le encontraron un gran uso y pasó a ser una gran necesidad y felicidad para todos.
       Desde ese día, las nubes cuando hace falta lloran de felicidad al ver que el sol y la luna pudieron hacer que la tierra se recuperara de su estado de tristeza, gracias al agua que se generó de las lágrimas de las nubes pudieron sobrevivir felices y avanzar junto con el mundo.
Ayelén Arcidiácono, 2013


Nuestras lecturas-Norah Lange

Habíamos fabricado grandes sombreros de papel, y de pie, las cinco delante de un espejo, cada una detenida frente a su rostro, contemplábamos el efecto de la sombra sobre los ojos, el resplandor distinto que la luz de la ventana adquiría en nuestros cabellos, contra el papel de diario.
La puerta se abrió, de pronto, y una corriente de aire los hizo vacilar sobre nuestras cabezas.
Una de mis hermanas dijo:
- “La primera que pierda su sombrero, se morirá antes que las otras…”
Inmóviles frente al espejo, los brazos entrelazados para no cometer ninguna trampa, jugamos a quién sería la primera en morir.
Un miedo horrible me fue invadiendo, lentamente. La puerta abierta dejaba entrar un aire rápido y peligroso que de un momento a otro, podría despojarme de mi sombrero. Pensé en Irene, en Marta, en Georgina, en Susana, en mí misma, y mientras las miraba de reojo, sonriéndome con ellas, una muerta de veinte años se acostaba sobre el rostro de cada una de mis hermanas; una muerta joven y perfecta, con una sola flor sobre la almohada.
El viento agitaba los grandes triángulos de papel, sin llegar a derribarlos.
Georgina, con los ojos absortos en alguna visión terrible, parecida a la mía, exclamó bruscamente:
- “No me gustan estos juegos”- y, apartándose del espejo, se sacó el sombrero y lo arrojó, apelotonado, contra el suelo.
Durante un tiempo, la hilera de cabezas frente al espejo me entregaba imágenes probables y tristes, rostros velados para siempre, y me pareció que hubiese sido mejor aguardar a que el viento señalara la muerte más próxima, para ser más dulces, más tiernas, con la hermana que debía morir primero.

Era la segunda noche que, desde mi cama, oía abrir la puerta que daba al jardín y los mismos pasos cautelosos que se alejaban de mi ventana. Como si esa salida misteriosa, por la puerta más cercana a la calle, entrañase un peligro, un mundo nuevo e ignorado en la vida de alguna de mis hermanas, yo permanecía despierta esperando que regresaran.
Incapaz de adivinar quién era, esa noche me propuse comprobarlo, y después de aguardar a que los pasos se perdieran en el fondo del jardín, me levanté con la mayor cautela, y envuelta en una manta oscura, salí al patio iluminado por la luna llena.
Los grandes paraísos de la calle Tronador trazaban enormes senderos de penumbra sobre los muros de la casa. Avancé agazapada, procurando que mi sombra no se alargara demasiado, hasta guarecerme detrás de una palmera desde donde se dominaba el fondo y ambos lados de la casa.
A pesar de que la luna me permitía seguir los menores recodos del camino, no vislumbré a nadie en ninguna parte. Supuse que los pasos se hubieran encaminado hacia la calle, pero comprobé que el candado del portón se hallaba en su sitio habitual.
De pronto descubrí que una forma se movía en la parte más clara del jardín. Apoyada contra un árbol, envuelta en un amplio poncho que había pertenecido a mi padre, después de mirar el cielo unos instantes, abrió los brazos para desembarazarse de él.
Desnuda, silenciosa, inmóvil, su cuerpo se destacó contra la porción oscura del grueso tronco. Sin un estremecimiento, como si esperase algo, permaneció en esa actitud minutos. Cuando se inclinó para recoger el poncho, regresé apresuradamente a mi cuarto, y ya en la cama oí sus pasos sigilosos, la puerta que se cerraba suavemente.
A la noche siguiente, oculta tras la palmera, la vi, de nuevo, reclinada contra un árbol, desnuda por completo, resplandeciente de luna. Pero no había transcurrido un minuto cuando percibí que un hombre se acercaba, silbando, por la calle Tronador. Al llegar al límite de nuestra verja, el silbido se detuvo. Amedrentada, estuve a punto de gritarle que se cubriese, por más que era imposible verla desde la calle. Pero ella también había oído, y, apresuradamente, recogió su poncho para regresar a la casa.
Aunque demoré el sueño muchas veces, la escena no volvió a reiterarse.
Un día que buscaba un libro en el dormitorio de Marta, descubrí, entre sus cosas, un método para adquirir belleza. Algunas hojas dobladas señalaban una receta que consistía en salir, desnuda, en una noche de luna llena. Bastaba hallarse algunos minutos en contacto completo con su luz fría, para lograr una seducción irresistible. Era evidente que, al sumergirse tres veces consecutivas en ese baño de luna, ella esperaba intensificar su efecto.
NORAH LANGE (Argentina, 1906, 1972)

De: Cuadernos de infancia. Ed.Losada. Buenos Aires. 1974. 

Una pelirroja excéntrica y liberalÑ. Revista de Cultura. Sábado 27 de febrero de 2016, 09:10hs.
  • 30/11/12

Escritora de una calidad excepcional, se publican los “Papeles dispersos” de esta protagonista de la vanguardia de los años 20, donde gravitaron Borges, Marechal y Girondo, el amor de su vida.

POR SUSANA ROSANO