domingo, 16 de junio de 2013

Nuestra consigna para Traducción imaginaria

Traducir imaginariamente el capítulo 68 de “Rayuela”, de Julio Cortázar, reemplazando las palabras que el escritor inventa creando un lenguaje propio, el gíglico.

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El Lenguaje Gíglico

Se trata de un lenguaje musical que se interpreta como un juego, además de ser un lenguaje exclusivo, compartido por los enamorados, que los aisla del resto del mundo. El glíglico es un lenguaje creado por Julio Cortázar.

El glíglico tiene la misma sintaxis y morfología que el español, usando palabras normales con otras inventadas pero reconocibles como sustantivos o verbos, y puntuando correctamente las frases. Una posible fuente de inspiración es el Jabberwocky de Lewis Carroll.

Esta presente en Rayuela, donde el capítulo 68, está completamente escrito en él:





       
Apenas él le acariciaba el cuello, a ella se le erizaba la clavícula y caían como si fueran una enredadera; en salvajes espirales, en gritos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamer los lóbulos de su oreja, se enredaba en un lamento quejumbroso y tenía que correr de cara al silencio, sintiendo cómo poco a poco las sombras se apretujaban, se iban oscureciendo, desapareciendo, hasta quedar tendido como el eco de la noche a la que se le han dejado caer unos destellos de luna menguante. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se besó los talones, consintiendo en que él aproximara suavemente sus pupilas. Apenas se entrelazaban, algo como un armónico los atrapaba, apretujaba y ensordecía. De pronto era la amante; la presuntuosa extravagante de las don nadie, la jadeante y colorida del orgasmo; los espasmos de la duda en una pausa sobrehumana.
        ¡Llegué! ¡Llegué! Abrazados en la cresta del placer, se sentían estallar, abrumados y en silencio. Temblaba la piel, se vencían las noctilucas y todo se resolvía en un profundo respirar, en melodías de amapolas, en caricias casi crueles que los estrangulaban hasta el límite de las alturas.

Nadia Puértolas, 2013

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Apenas a él le golpeaba el cuerpo, a ella se le agolpaban los recuerdos en su mente y caían en penas, en salvajes memorias, en derrotas exasperantes. Cada vez que él procuraba ganar las batallas, se enredaba en un grito quejumbroso y tenía que caer de cara a la lona, sintiendo cómo poco a poco los ojos se le hinchaban, se iban poniendo morados, hasta quedar tendido como el fracasado de la noche, al que se le han dejado caer las esperanzas de ganar. Y sin embargo era apenas el principio. Pero en un momento dado, ella se asomó al ring, consintiendo en que él aproximara suavemente su atención. Apenas la miró, algo como un aliento lo gobernó, lo sintió y se paró, de pronto era el amor, la pasión invencible de los dos, la motivación necesaria para un campeón, la sintió de la cabeza hasta el talón, en una sensación increíble. ¡Ganaré! ¡Ganaré! pensó en la cresta de la motivación, se sentían renovado, esperanzado y victorioso. Temblaba el público, se vencían los miedos, y todo terminó en una profunda victoria, en el último round de un histórico knock out, un golpe casi cruel que al público enloqueció hasta el límite de la emoción. El amor ganó.



Romina Pópolo, 2013

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Con besos de tu boca

Apenas él le rozaba el corazón, a ella se le estremecía la piel y caía postrada, en salvajes llantos, en risas exasperantes. Cada vez que él procuraba derramar el fuego, se enlazaban en un calor armónico y tenía que postrarse de cara sus pies, sintiendo cómo poco a poco su corazón se apretujaba, se iba rasgando, crispando, hasta quedar tendida como el agua de mar al que se le han dejado caer unas gotas de lluvia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se sacó las vestiduras, consintiendo en que él aproximará suavemente sus besos. A penas se derramaba, algo como un perfume los enamoraba, los apasionaba y elevaba, de pronto era el canto, las palabras armoniosas de la oración, la música del alma en una adoración fragante. ¡Abba! ¡Abba! Abrazados en la cresta del espíritu, se sentían extasiados, saturados y en plenitud.
Temblaba el cuerpo, se vencían las piernas, y todo simplificaba en una profunda paz, y todo se fortalecía en un profundo amor, en un paraíso de gloria, una destrucción casi cruel, que la sobrepasaba hasta el límite de lo terrenal.


Melody Barbieri, 2013

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Apenas él la miraba, a ella se le aceleraba el corazón, comenzaba a transpirar pesadas gotas y desesperaba. Cada vez que él se acercaba se fundían en un eterno abrazo y poco a poco se iban complementando, enamorando más hasta quedar sumergidos en un mar de pasión. En algunos momentos, ella se torturaba pensando si era digna de merecerlo, si era correcta la decisión. Apenas se besaban, algo como un tornado los envolvía, los unía, los paralizaba. De pronto el tiempo se detuvo, las almas en plena comunión, los cuerpos eran uno. Una voz se escuchó a lo lejos: “¡El vuelo! ¡El vuelo!”. Destrozados se sentían morir, caer. Entraron en shock, rompieron en llanto y no tuvieron opción. El vuelo salía y ella en él. La decisión cruel de irse fue casi imperdonable.

Flavia Abeleira López, 2013


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Apenas a él le temblaba el cuerpo, a ella se le agolpaba el recuerdo y caían en manada, en salvajes pensamientos, en evocaciones exasperantes. Cada vez que él procuraba calmarse las convulsiones, se enredaba en un gran palpitar quejumbroso y tenía que reposar de cara al cielo, sintiendo cómo poco a poco las extremidades se estiraban, se iban reposando, aflojando, hasta quedar tendido como el árbol de otoño al que se le han dejado caer unas hojas de junio. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se olvidó los cobertores, consistiendo en que él aproximara suavemente sus brazos. Apenas se acomodaron, algo como un trueno los descolocó, los desamparó y sorprendió, de pronto era el desconcierto, la noche oscura de las desgracias, la adversidad malvada del infortunio. Los destellos del alba en una ocasión llegaron. ¡Brillo! ¡Brillo! Resplandor en la cresta del cerro, se sentían oír, perdidos y olvidados.
Temblaba el viento, se vencían las miradas, y todo se resolvía en un profundo abrazo, en medio de grandes gasas, en dolores casi crueles que los colmaban hasta el límite de las lágrimas.  

María Eugenia Gauna, 2013

 



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