lunes, 23 de noviembre de 2015

Nuestra consigna para Escrituras del recuerdo II





Consigna: narrar un recuerdo de la infancia relacionado con un hecho histórico que haya afectado a todos, un hecho de la historia reciente a partir del que hayas tenido una experiencia directa desde 1980. 


No fue un cumpleaños más

Un 27 de octubre de 2010 estaba almorzando en el living comedor de la casa de mis abuelos paternos. Era el cumpleaños de mi abuelo Atilio. Siempre festejamos el de él, así como el de mi abuela, en familia, comiendo todos juntos en su casa. Bien a lo familia tana…
Como mis abuelos están grandes, mi tía Cristina se encarga de preparar la comida y mi papá trae el postre y la torta. Somos varios nietos y todos nos encontramos para festejar junto a él.
Ese cumpleaños fue diferente del resto. Por la mañana, en todos los canales de televisión, se había dado a conocer la noticia de que Nestor Kirchner había fallecido. 
Veo ese mediodía en la casa de mis abuelos como si fuese hoy…Ese día ya no era solamente el aniversario del nacimiento de mi abuelo, sino la fecha de la muerte de Néstor, ex presidente y referente político de muchísimos jóvenes y adultos que volvieron a encontrar en él la esperanza.
Ese día tiene, además, un valor histórico trascendental, como hecho político y social porque en simultáneo con lo sucedido, se estaba desarrollando en todo el país el censo nacional de la población. Y no era cualquier censo...Nada más ni menos que el primero que recogió datos sobre los descendientes de familias indígenas.
Durante el almuerzo familiar, no se hablaba de otra cosa que de la repentina muerte de Néstor. Todos estábamos muy impactados. Sin embargo, creo que yo era la única que tenía tristeza por lo ocurrido. A mi familia, supongo que le resultaba indiferente. Mis padres y mis tíos presentes no apoyaron al gobierno del ex presidente ni al de su mujer. Eso se plasmaba en los comentarios que hacían en la mesa.
Recuerdo que se declaró el duelo nacional por 3 días, pero sin interrupción de las actividades normales. Sin embargo, el dolor en sus “incondicionales”, especialmente, fue mucho más largo…
Yo coincidía ideológicamente con muchas de las políticas llevadas a cabo por el ex presidente. Es cierto, que en aquel entonces no valoraba -como sí lo hago ahora- todo lo que se había hecho y logrado, supongo que porque era chica y me faltaba reflexionar mucho todavía.
El “pingüino”, como se lo apodaba, fue el que le devolvió la confianza a miles de personas para creer en la política como herramienta de cambio y transformación social. Fue él quien trajo el debate político nuevamente a los hogares, el trabajo y la calle. Los jóvenes, principalmente, se apasionaron con sus discursos y su carisma y salieron a militar y a luchar por sus derechos.
Nestor apostó a otra Argentina posible, totalmente distinta de la que le habían dejado cuando asumió en el 2003. En esos terribles años, primaban tazas altísimas, el desempleo y la pobreza, la desesperación y el “sálvese quien pueda”. Él nos devolvió el gobierno al servicio del pueblo, como nunca tendría que haber dejado de ser.
Ese hombre, nacido en la provincia de Santa Cruz, nunca perdía su sentido del humor y su “chispa”. Incluso muchos lo criticaban por ser como era, por no ser adecuadamente correcto para una figura presidencial. Pero acaso, ¿no eran más incorrectos los que lo precedieron que vendieron el país y dejaron a miles de argentinos en la pobreza?
Por la tarde del 27 de octubre de 2010, una multitud colmó la Plaza de Mayo para despedirlo, homenajearlo y para agradecerle por todo lo que nos dio y nos dejó.

Eugenia Laise, 2015
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Atentado a la AMIA

Eran las vacaciones de invierno de 1994, en ese entonces tenía 8 años. Hacía mucho frío y, como no iba a la escuela, me desperté algo más tarde de lo normal. En mi casa solo estábamos mi mamá, mi perro Dino y yo. Eran cerca de las 10,30; y nos levantamos. Ya era hora de desayunar y arrancar el día.
En la cocina, mi mamá preparaba café con leche para las dos, mientras yo ponía la mesa en el comedor. Llevé mermelada, manteca y un poco de pan. Como de costumbre prendí la televisión. Con la primera imagen me quedé congelada. Ni una sola palabra salió de mi boca. No podía dejar de mirar la pantalla. Eran imágenes de un noticiero, aunque no era la hora de su transmisión habitual. Eran imágenes de terror, escombros, sangre y muerte.


Al oír el relato del periodista, mi mamá vino corriendo desde la cocina, y se quedó parada al lado mío sin decir una palabra. Las dos nos quedamos ahí, quietas, inmóviles por algunos minutos. No entendía que estaba pasando, ni que era eso. Solo escuchaba algo de una bomba, un coche y la cantidad de heridos y muertos que ascendía a cada instante. Creo que mi mamá se fue a hablar por teléfono, creo que hablaba con mi papá. La verdad no pude escuchar que decía, en realidad si oía pero no escuchaba. Solo sentía la voz del periodista, de los enviados al lugar y, de algunos comerciantes y heridos que daban su testimonio en la televisión.
Sentí impotencia, de no poder hacer nada, de no poder ir corriendo a ayudar. Mi mamá regreso de hablar por teléfono, y me pidió que apague el televisor. Ante mi falta de respuesta, lo hizo ella misma.



-¿Por qué apagas la tele?- reaccioné enojada.



-No son cosas para que vea una nena- me respondió con firmeza.


-¿Por qué no son cosas para que vea una nena? – le reclamé. 

-Porque pasó algo feo y van a mostrar imágenes espantosas, no quiero que las veas.- intento explicarme en vano.

-Pero yo necesito saber qué pasó y además, podríamos ir a ayudar- redoble la apuesta.

-¿A ayudar? ¿Cómo? Si no somos médicas ni nada y además, es muy peligroso ir a esa zona ahora –agregó mi mamá.

-¡Sí! a ayudar, dijeron que hacen falta guantes y barbijos, y yo vi que hay unos en el botiquín del baño- le contesté.

Con media sonrisa dibujada en su rostro por mi respuesta, mi mamá me aclaró:
-Con un solo paquete de guantes y un barbijo no se hace nada, necesitan muchos – y aflojó – bueno, si querés podés seguir mirando la televisión, pero si muestran algo muy fuerte apagamos.
Prendí la televisión nuevamente, y me quedé allí, sentada a la mesa con una taza de café con leche enfriándose y un pan qué espero por horas para ser untado con manteca y mermelada. Estuve un largo tiempo frente a la pantalla, escuchando las nuevas informaciones, los nuevos datos de cómo había sido todo, los diagramas del procedimiento utilizado por el coche-bomba, el número de heridos y de muertos. Me desesperé con los testimonios de los familiares y amigos que buscaban a los suyos. Me maravillé de los héroes de ese entonces, médicos bomberos, policías y transeúntes que pasaban por allí, y no dudaron en dar su ayuda. Me inquiete al pensar cómo hubiese sido si pasaba en mi casa, y perdí tiempo ideando salidas imposibles.

Ese día, era un día de vacaciones, pero no fue un día feliz para mí. Si bien no nos tocaba en forma personal, no teníamos ni familiares ni amigos allí, fue un hecho que tiño de negro esa jornada y las siguientes. 
Eva Carnevale, 2015

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La tragedia de Cromañón



Aquella noche del 30 de diciembre de 2004, estaba acostada mirando televisión con mamá. De repente salió un flash informativo en la tele anunciando el incendio de un boliche en Once. Mamá cambió el canal para que yo no lo viera. 



¿Por qué no te vas a dormir ahora que ya es tarde?- Me dijo.
Pero me enojé sabiendo lo que estaba queriendo hacer y le contesté: 

-¿Por qué me tengo que ir a dormir?

-Ya es tarde para que estés despierta- Insistió.
Al otro día, apenas me desperté, me puse a ver en la tele lo que había pasado. Imágenes de gente arrastrando cuerpos, chicos y chicas buscando aire fresco para respirar, otros entrando y saliendo para rescatar a sus amigos o familiares que habían quedado atrapados. 

Hoy cuando lo escribo, me pongo a pensarlo y no puedo creer lo que pasó, me angustia y me da impotencia no haber podido hacer nada para ayudar a toda esa gente, aunque no estaba a mi alcance. Ver las miradas tristes de esas personas me dan ganas de llorar. Muchas veces pasé por el mural que hicieron los familiares y me quedé mirando y leyendo las cosas que les escribían. Se me iba poniendo la piel de gallina mientras caminaba. 

Espero que una tragedia como ésta no vuelva a suceder jamás.



Yamila Roldán, 2015

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Tenía doce años en el 2001. En enero mis papás estaban con el tema de la mudanza. En febrero nos mudamos a la Capital, costó dormir las primeras noches por los ruidos de los autos y las personas que pasaban, ya que la ventana daba hacia una avenida. En marzo, terminó la mudanza y era el último año de la escuela, antes de ingresar a la secundaria.


Durante el año tuve que adaptarme y conocer nuevas personas. Y pasaron los meses. Un domingo de diciembre; cuando me levanté, encendí el televisor, lo que vi y escuché al Ministro de Economía Domingo Cavallo. Y anunciaba la nueva política, en el momento apareció mi papá con su equipo de mate. Se sentó al lado y dijo:

-¡Ahora por este tema va hacer un quilombo en los bancos!

-¿Por qué?- le preguntè. 

-Porque ahora no irían los que tienen plata depositada, van a querer sacar todo lo que tienen y no van a poder. Después, a todos nos van a tocar los bolsillos. 

A esa edad, no le daba importancia a la situación, pero con el tiempo se fue sintiendo cada día, al ver por la tele a la gente haciendo fila en los bancos o que protestaban con golpes en las persianas, para que les abrieran o les dieran una solución a su situación. Fueron momentos muy tensos. 

El 19 de diciembre fue un suceso que a todos nos marcó, surgían protestas en otras provincias y saqueos en supermercados. Ese día por la tarde, al llegar a casa, prendí la radio y escuché los saqueos. De repente, me dirigí al cuarto, encendí el televisor y me sorprendió al ver las imágenes. Toda la gente se abalanzaba por conseguir mercadería, también artículos electrónicos. Ese mismo día pero más tarde, el Ministro de Economía anunciaba su renuncia. Al día siguiente, en la Plaza de Mayo, surgieron enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Al ver las imágenes, se me cruzó por la mente: “se viene otro golpe militar”. 

Esa tarde del día 20, en todos los Canales de Aire, De la Rúa anunciaba su renuncia y mostraban su retirada en helicóptero. 

Así fue que los sucesos pasaron en el mes de diciembre; fueron momentos muy tristes, desde protesta masivas, cacerolazos, muertes y con la llegada de la crisis económica llamado  "corralito".

Ahora… ¡Los saqueos volvieron! Sólo nos queda esperar que no vuelva a suceder en Buenos Aires. Estoy segura de que nadie quisiera volver a vivir esos crueles momentos.


2013

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Argentina ha entrado en un peligroso círculo en el que está atrapado un gran número de ciudadanos que han visto pulverizados los ahorros de toda la vida o estafados sus plazos fijos. La trampa ha sido bautizada popularmente como corralito. La palabra está en boca de todos los argentinos -la usan hasta los ministros- para definir la inmovilización de los depósitos bancarios, es decir, el dinero que se tiene pero no puede usarse porque está encerrado en un corralito. 


Los testimonios recogidos en las últimas 48 horas muestran el estado de ánimo que imperaba en Buenos Aires antes del cacerolazo de la madrugada de ayer”. Éstas eran las palabras que expresaban los noticieros en el año 2001 en nuestro país. 

Se notaba que gente estaba indignada; con toda la razón del mundo, protestaban, pero no se encontraban soluciones al problema en cuestión. 

En mi casa, a la hora de la cena, era de lo único que se hablaba, y más cuando se presentaban manifestaciones en la Quinta presidencial, que se encuentra situada a cinco cuadras de mi casa, con bocinazos, calles cortadas y colectivos colapsados de gente.(Nosotros sí que vivimos este acontecimiento de cerca!) 

Mis padres y mis hermanos más grandes, Daniela y Marcelo, trabajaban sin parar con mucho esfuerzo para poder pasar el mal trago del momento. 
Fue entonces que en una cena en familia, haciendo sobremesa como todas las noches, mi hermano, que en ese momento tenía 24 años, les confiesa a mis padres que quería ir a probar suerte a su país natal, Canadá. Mi madre, encantada, le dice que era el momento indicado y que se iba a ir a un sitio soñado.             Mi padre, que en su viaje a Canadá había extrañado mucho a su familia (motivo por el cual se volvieron a Argentina) no opinaba lo mismo, se lo notaba dubitativo pensando, pero miró a mi hermano a los ojos y le dijo: 

-¡Si es por tu felicidad, hijo, yo te voy a apoyar en tu decisión! 

Días enteros de preparativos, papeles, armado de valijas, pasaje, para que el 15 de marzo Marcelo despegara hacia Canadá. 
Ese día llegó, pero parecía que el destino no quería que eso sucediera: el auto se había quedado sin batería, faltaban papeles, en el ambiente no volaba una mosca y el silencio era producto del clima tenso y la tristeza también jugaba un papel importante.
Pasado un rato, pateando los talones y con todos los preparativos en 
forma,emprendimos viaje hacia Ezeyza.Cuando llegamos, visualizamos a una parte de la familia y amigos, tal vez para pasar ese momento, que no fue nada fácil. Rostros tensos disimulando el dolor de la despedida de un ser querido y ojos vidriosos con ganas de estallar.

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Minutos después, Marcelo comenzó a despedirse de la gente querida que lo acompañó en su secundario con un nudo en la garganta; nuestra familia, con lágrimas en los ojos y, por último de mi, de Daniela, de mi madre y mi padre. 

Él sólo dijo, con una sonrisa triste en su rostro: 



-¡Nos vemos a la vuelta!, ¡No me gustan las despedidas!


Alina Baldovino, 2012
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                                    Cromañón

Recuerdo ese día como si fuera ayer. Tantas pérdidas de seres queridos, de amigos…Que me pone muy mal contarlo, pero de algún modo hace bien sacarlo.
Me habían invitado mis mejores amigos a ir a ver a Callejeros, pero mis papás no me habían dejado ir (Hasta el día de hoy les estoy muy agradecida). Enojada me fui a mi cuarto y no salí. Al rato me llama mi mamá con la noticia de que había explotado Cromañón. Al principio no le creí, pero después cuando miré el noticiero, caí en esa noticia y me puse a llorar; llamaba a mis amigos que estaban en ese recital y no me contestaban. Desesperada, llamaba a sus familias para ver si sabían algo, y nadie sabía nada.
Al otro día, me entero de que uno de mis mejores amigos, Agustín, estaba en la morgue. Lloré muchísimo y, hasta ahora, sigo lamentando su pérdida. Cuando me enteré cómo había muerto, me puse peor, porque si yo hubiera estado ahí, lo hubiese ayudado, pero no pude.
A veces, aparece en mis sueños y me dice que está todo bien, que él ya está en un lugar hermoso y tranquilo; eso me calma por un tiempo, pero después vuelvo a mi depresión. Ahora ya lo estoy superando, de a poco, pero esta pérdida tan fuerte me marcó para toda la vida.

Valeria Tufano, 2012





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